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¿QUÉ ES EL MUSEO ANAHUACALLI?

A lo largo de su vida, Diego Rivera reunió una impresionante colección de figuras prehispánicas, a las que llamaba “el idolaje”. El pintor concibió la idea de realizar una construcción que albergara a estas piezas y fuera, asimismo, una obra artística habitable.

En 1941, de regreso de su viaje a San Francisco, Rivera emprendió la construcción de este proyecto, que buscaba generar una continuidad entre el arte moderno y la estética precolombina. El pintor eligió los terrenos del Pedregal de San Ángel, que anteriormente rodearon al volcán Xitle. Los había adquirido, junto con Frida Kahlo, con la finalidad de construir una granja. Después, pensando en dejar un legado al pueblo de México, Diego Rivera imaginó el Anahuacalli como una obra arquitectónica única; una Ciudad de las Artes en permanente creación.

La erupción del Xitle, en el año 400 a.C., originó un paisaje de capas de lava que, al solidificarse, formaron un ecosistema de plantas desérticas. A esta biósfera se integró la arquitectura del Anahuacalli, pensado por Diego como un receptáculo sagrado en conexión con el inframundo.

La Coatlicue parece devorarnos cuando cruzamos el vestíbulo. En cada esquina del edificio, los cuatro elementos son representados por sus respectivas divinidades: la diosa del maíz, Chicomecóatl, para la tierra; Ehécatl, dios del viento, para el aire; Huehuetéotl, dios del fuego, para este elemento, y Tláloc, dios de la lluvia, para el agua.

Cerca de dos mil figuras teotihuacanas, olmecas, toltecas, nahuas, zapotecas y del noroeste de México nos acompañan en un recorrido desde el inframundo al sol. Un espacio amplio e iluminado en el primer nivel del Museo exhibe dieciséis bocetos para distintos murales de Diego Rivera. La terraza del Anahuacalli ofrece una vista privilegiada al mar de lava del Pedregal y a su naturaleza agreste, ambas fuentes de inspiración para el pintor.

A lo largo de su vida, Diego Rivera reunió una impresionante colección de figuras prehispánicas, a las que llamaba “el idolaje”. El pintor concibió la idea de realizar una construcción que albergara a estas piezas y fuera, asimismo, una obra artística habitable.

En 1941, de regreso de su viaje a San Francisco, Rivera emprendió la construcción de este proyecto, que buscaba generar una continuidad entre el arte moderno y la estética precolombina. El pintor eligió los terrenos del Pedregal de San Ángel, que anteriormente rodearon al volcán Xitle. Los había adquirido, junto con Frida Kahlo, con la finalidad de construir una granja. Después, pensando en dejar un legado al pueblo de México, Diego Rivera imaginó el Anahuacalli como una obra arquitectónica única; una Ciudad de las Artes en permanente creación.

La erupción del Xitle, en el año 400 a.C., originó un paisaje de capas de lava que, al solidificarse, formaron un ecosistema de plantas desérticas. A esta biósfera se integró la arquitectura del Anahuacalli, pensado por Diego como un receptáculo sagrado en conexión con el inframundo.

La Coatlicue parece devorarnos cuando cruzamos el vestíbulo. En cada esquina del edificio, los cuatro elementos son representados por sus respectivas divinidades: la diosa del maíz, Chicomecóatl, para la tierra; Ehécatl, dios del viento, para el aire; Huehuetéotl, dios del fuego, para este elemento, y Tláloc, dios de la lluvia, para el agua.

Cerca de dos mil figuras teotihuacanas, olmecas, toltecas, nahuas, zapotecas y del noroeste de México nos acompañan en un recorrido desde el inframundo al sol. Un espacio amplio e iluminado en el primer nivel del Museo exhibe dieciséis bocetos para distintos murales de Diego Rivera. La terraza del Anahuacalli ofrece una vista privilegiada al mar de lava del Pedregal y a su naturaleza agreste, ambas fuentes de inspiración para el pintor.